Viene el ajuste kirchnerista, que no es más que otro ajuste del peronismo. Muchos adultos que padecen desmemoria selectiva, y muchos no tan adultos que han hecho del negacionismo histórico una religión (y del “relato” su propia Biblia), probablemente proclamen que el peronismo, en tanto movimiento nacional y popular, es todo lo contrario a las políticas de ajuste. En todo caso, ha sido históricamente un signo político que, en el poder, se opuso a las devaluaciones, que traen consigo caída de la actividad económica, desplome de los activos, derrumbe del poder adquisitivo y meteóricas subas de la pobreza. Pero hecha la salvedad, es una certeza estadística que “peronismo” y “ajuste” caminan de la mano en la historia.
Massa, el prometedor
El Gobierno nacional confirmó esta semana que quiere ponerles un techo a las paritarias 2023, como consecuencia de que la inflación rozó los tres dígitos el año pasado. El ministro de Economía, Sergio Massa, funda su proyecto presidencial (y la supervivencia misma del oficialismo) en lograr una sensible baja de la inflación. Él había prometido un 3% en abril, porcentaje cómodamente duplicado en enero, como se conoció el pasado martes: el Día de los Enamorados (de la suba de precios). Dada una inflación anual del 94,8% en 2022, proponer un aumento de haberes tan inferior es, por un lado, una receta de ortodoxia económica: una medida acertada para los valores de la macroeconomía, a la vez que infartante para la microeconomía (cada vez más “micro”) de los asalariados. Por otro lado, es una verdadera tradición peronista en la Argentina. Más aún: aunque el peronismo resiste y combate todo ajuste cuando le toca ser oposición, lo propicia cuando es oficialismo. Y lo hace porque sabe por experiencia propia que funciona para ordenar las cuentas.
Perón, el contradictor
Durante la II Guerra Mundial (1939 – 1945) y por el resto de la década del 40, los precios de los productos agrícolas argentinos en el mercado internacional fueron muy elevados. Esto representó, por un lado, un ingreso constante de divisas para el Banco Central (U$S 1.600 millones de la época). Por el otro, fue la gran fuente de recursos sobre la que se basó la redistribución del ingreso en la Argentina: los trabajadores llegaron a tener una participación del 50% en la renta nacional. Para la década de 1950, esa burbuja ya había estallado. El resultado de una caída en los ingresos por el comercio exterior y un sostenido gasto público derivó en una escalada inflacionaria. En 1947 y 1948, la inflación había sido del 13%. Pero en 1949 alcanza el 31%. En 1951, el 37%. Y en 1952 llega a su pico: 39%.
Mañana se cumplen, justamente, 71 años del día en que Juan Domingo Perón firmó el final de fiesta. El 18 de febrero de 1952 anunció su “Plan de estabilización”, en un contexto evocado aquí el 30 de enero pasado (“El Papa, la pobreza, el kirchnerismo y Perón”). En el discurso de presentación abogó por “un decidido esfuerzo por producir”. A la vez, reclamó “una inflexible austeridad en el consumo”. Esta contradicción (¿cómo producir más si había que consumir menos?) encubría lo indecible: era la hora del ajuste. Se pautó un fulminante congelamiento de salarios: la política de “aumento de haberes cero” se puso por escrito en los convenios colectivos de trabajo y se determinó que esos acuerdos tendrían una duración de dos años. Es decir, 24 meses sin recomposición salarial. En su “Historia del Peronismo”, Hugo Gambini recuerda la presión del Gobierno sobre los sindicatos para que aceptaran la medida. La cual, ciertamente, dio grandes resultados. La inflación cayó al 4% en 1953 y al 3,8% en 1954.
Gelbard, el pactante
Como se sabe, para los “evolucionistas” los homo sapiens aparecieron hace unos 300.000 años. Para los “creacionistas”, Dios moldeó al hombre a su imagen y semejanza en algún momento de los últimos 10.000 años (siendo generosos). Para un sector del kirchnerismo, la historia comienza en la década de 1970. Siendo así, el Génesis “K” debiera comenzar diciendo: “En el principio era el ajuste”. La nefasta dictadura de 1966 (destruyó la economía de Tucumán con el masivo cierre de ingenios) se apagó en 1973. Perón plebiscitó su regreso el 25 de mayo de ese año, logró el 62% de los sufragios y asumió su tercera presidencia el 12 de octubre. El porcentaje da cuenta de la pluralidad de apoyos en torno de la vuelta del líder exiliado desde el golpe de 1955. Quien más anhelaba su retorno era el movimiento obrero organizado. Para el caso, describe Mario Rapoport en “Historia económica, política y social de la Argentina”, la participación de los trabajadores en la renta nacional había caído por debajo del 43%.
El reclamo sindical consistía en volver en cuatro años a los niveles del primer peronismo (1946-1955). La realidad fue otra. Del interregno camporista, Perón heredó y mantuvo al ministro de Economía: José Ber Gelbard. El 8 junio de 1973, y con la anuencia de Perón ya reelecto, Gelbard alumbró el “Pacto Social”. Se convino con empresarios subas moderadas de precios. En paralelo, y aunque los sindicatos pedían aumentos de sueldo del 100%, el Gobierno fijó un incremento salarial del orden del 3% mensual consecutivo, durante 18 meses. Era un ajuste.
Rapoport divide en dos grandes capítulos el plan impulsado por Gelbard. A) Durante los primeros 12 meses funcionó. B) El 1 de julio de 1974 murió Perón y el segundo capítulo del “Pacto Social” fue un desmadre. Ese año, registra el historiador, la CGT logró renegociar la pauta salarial acordada, pero el resultado no contentó a los trabajadores y no se atenuaron los reclamos. “En muchos casos, obtenían aumentos sustancialmente superiores a los conseguidos por aquella renegociación. Muchos empresarios optaron por avenirse a las demandas salariales trasladándolas a los precios, sin contar con la autorización gubernamental”.
En 1975, cuando había que negociar otro “Pacto Social”, la presidenta era María Estela Martínez de Perón, quien desplazó a Gelbard. Y muchos sindicatos lograron los aumentos del 100%. El resultado es conocido: estampida de precios liberados, primero. “Rodrigazo”, después.
Menem, el neoliberal
Carlos Saúl Menem (esta semana se cumplieron dos años de su fallecimiento) fue el presidente peronista que más a fondo llevó el ajuste. El PJ, de hecho, inauguró durante sus dos presidencias (1989-1995 / 1995-1999) el neoliberalismo en la Argentina. Suscribió el consenso de Washington (receta estadounidense tras el colapso del bloque soviético con recetas para países subdesarrollados en crisis) y aplicó una política de reformas fiscales, achicamiento del Estado, flexibilización laboral y apertura a la inversión extranjera. Mediante el plan Bonex canjeó de manera compulsiva los depósitos a plazo fijo de los ahorristas por los “Bonos Externos 1989” a 10 años de plazo. Impulsivo un agresivo y amplio programa de privatización de las empresas del Estado; y subió el IVA del 18% al 21% actual. Los resultados, en términos sociales, fueron desastrosos. La desocupación alcanzó la cifra récord de 17%. La pobreza (alcanzó picos del 30% después de la convertibilidad) fue inferior con respecto a la hiperinflación alfonsinista (fue del 49% en 1989); pero la desigualdad fue mayor. Al final del alfonsinismo, el 10% de la población más rica acumulaba 23 veces más que el 10% de la población más pobre. Al final del menemismo, el decil más rico acumulaba 24 veces más que el decil más pobre. Es decir, el décimo más rico de la población se quedaba con el 37,2% del ingreso total, mientras que el décimo más pobre apenas rasguñaba el 1,5%. De la misma manera, la inflación desapareció de la Argentina poco después de que comenzó la década menemista (el riojano tuvo dos primeros años muy duros en materia económica). De igual manera, prácticamente no hubo aumentos salariales durante esa década. Menem llegó a decir que, en la estabilidad de los precios estuvo el “salariazo” que había prometido. De la “revolución productiva”, en cambio, nada dijo nunca: la apertura al comercio exterior y la paridad entre el peso y el dólar (el famoso “1 a 1”) alentaron las importaciones en desmedro de la producción nacional y elevó la mortandad de las Pyme.
Sindicalismo: el convalidador
¿Por qué le fue posible tanto ajuste al peronismo? Porque la dirigencia sindical lo permitió. Lo avaló. Y hasta lo aplaudió. Precisamente, la escasa resistencia gremial determinó que no hubiera conflictos contra el “achique” justicialista y acaso esa nula queja haya contribuido a una poco desarrollada conciencia de cuán “ajustador” ha sido el peronismo en el poder.
No es una sensación, sino una confirmaciòn. Desde el retorno del régimen constitucional, la CGT promovió 42 paros generales: 27 los concretó en gobiernos no peronistas. De igual modo, en estos 40 años de democracia, los gobiernos ajenos al PJ estuvieron en el poder (en números redondos) durante 12 años. Es decir, casi el 65% de las huelgas nacionales se realizaron en las gestiones que gobernaron apenas el 30% de las últimas cuatro décadas. Puesto en detalle:
- A Raúl Alfonsín, en cinco años y medio, le realizaron 13 paros generales.
- A Menem, en 10 años y medio, sólo le concretaron ocho.
- A Fernando de la Rúa también le hicieron ocho paros, aunque en sólo dos años.
- A Eduardo Duhalde, durante su interinato de un año y medio, le hicieron dos huelgas.
- A Néstor Kirchner, en los cuatro años y medio de su mandato, le declararon sólo una.
- A Cristina Kirchner, en ocho años y dos gestiones, le hicieron cinco paros generales.
- A Mauricio Macri también le hicieron cinco huelgas, aunque en una sola presidencia.
- Alberto Fernández está invicto: no le realizaron un solo paro general.
Los “K”: los “revisionistas”
Los gremios saben que viene el ajuste. Lo han conocido durante los gobiernos ajenos al PJ. Y también durante las gestiones peronistas. Por eso muchos gremios están contraofertando (y muchos gobiernos provinciales están ofreciendo en voz baja) acuerdos iniciales con revisiones periódicas. Especialmente en los distritos que han anticipado sus elecciones, donde hay ofrecimientos para arrancar el año con un 40% de suba salarial (hasta con un 30% inclusive, en los gobiernos más “audaces”) y una primera revisión a mediados de año. Léase, los salarios de los trabajadores van y vienen. Lo que importa es financiar la campaña electoral…